Hasta lo 38 años, jamás había sido feliz, siempre había vivido con un profundo pesar y vacío existencial que me hacía estar constantemente en depresiones y conflictos.
Mis relaciones eran todas desastrosas y basadas en el apego/deseo, sufrimiento, violencia, etc.
Era una persona escéptica, atea, no tenía fe en nada.
Un día, como cualquier otro, llegué de la oficina a casa sintiendo un sufrimiento extremo, ya no podía más. Tomé un puñado grande de pastillas con alcohol y marihuana y me dejé caer en la cama llorando. Mirando al cielo, con un llanto desgarrador, verbalicé:
“Si existe un Dios que me ayude, si no, prefiero morir.”
A la mañana siguiente, de un modo milagroso, desperté para ir a la oficina y ese mismo día ya comencé a recibir ayuda. Llegó a mí la primera herramienta para la sanación de mi alma: El poder de la energía vital.
Desde ese momento, jamás fui la misma pues mi petición había tenido respuesta inmediata. Así que comencé a profundizar en el estudio del funcionamiento de la mente, de tal modo que tuve un cambio radical de vida. Lo dejé todo, me fui a vivir a una autocaravana y comencé a dedicar mis 24 horas al autoconocimiento y la liberación del sufrimiento.